En la página más aburrida del capitulo más tedioso del ensayo más insoportable que leí en mi vida, encontré un boleto de colectivo doblado cuidadosamente por la mitad.
Al abrirlo, noté que no era capicúa. Ni siquiera tenía intención de serlo, por lo que supuse, sólo estaba allí como señalador.Pero ¿Señalador de qué? ¿De dónde retomar la lectura o de dónde cerrar definitivamente la posibilidad de interesarse? Ajajá!!Luego recordé.
En las primeras páginas algunos párrafos relevantes habían sido subrayados con regla y en lápiz negro. Todavía existía por mi antecesor un respeto hacia la obra y un interés en su cuidado. Pasando unos capítulos, la regla desapareció y las frases pasaron a ser destacadas únicamente por tildes en el margen. Varias hojas más tarde, el subrayado regresó, tosco y negligente, en algunas líneas a mano alzada.Las últimas ocho páginas no sólo carecían de renglones remarcados, sino que presentaban cuatro dobleces en distintas esquinas.Investigué un poco más y noté que las 143 páginas que me restaban leer estaban incólumes, vírgenes a la mirada de todo buen hombre.
Suspiré aliviada y cerré el libro, agradeciendo al lector anónimo el gran gesto.Antes de devolverlo a la biblioteca, anoté en el borde superior de la página más aburrida del capitulo más tedioso del ensayo más insoportable que leí en mi vida, una pequeña advertencia: Podrá Usted seguir intentándolo, pero ya fuimos al menos dos los que abandonaron toda esperanza de que mejore.
En lápiz, por supuesto.
L.N.
Gentilezas atemporales
Etiquetas: Anécdotas
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